26.10.14

Seamos Honestos.

Por H o por b,
resultó que no estábamos Hechos
el uno para el otro.

Entre nosotros Hubo más Histeria que Historia.
Víctimas de nuestra propia Hecatombe emocional
cuyas ruinas aún Hieden a Hiel y Hierro.

La Hiroshima de mis recuerdos.

Tal vez Haya llegado la Hora
de dejarme de Huidas
y de pretender estar sanando
mediante Horóscopos y Homeopatía.
Quizá la Hipnosis entierre
la radiactividad de mis memorias
y me arriesgue a lucir Heroica
esta Hemeroteca de Hematomas.

Pero de momento, me conformo
con cauterizar esta Hemorragia
y no Hurgar más en la Herida
que me recuerda día tras día
que amarte fue mi más Hermosa
 y Horrible
                                                                              Hamartía.


Fotografía del tumblr "A pleasure to burn" (hellanne.tumblr.com/)

25.9.14

Tú y yo tenemos
  el corazón abuhardillado,
los sentimientos congelados,
        los besos oxidados,
       las caricias artríticas
       y el sexo prejubilado.

De nuestro amor quedan los posos fríos.


De nosotros queda el pronombre.

2.8.14

(Resulta que esto se ha convertido en una historia compartida o algo así y la estamos subiendo a Facebook, quién me lo iba a decir, con lo chiquitito e insignificante que era. Para el que quiera saber qué fue de la chica que no nació para ser musa y del chico de los avioncitos de papel, comentario en esta entrada y le digo cómo o le paso el texto ^^ Si estáis registrados en el foro de Laura Gallego, lo podréis encontrar allí en poco tiempo).

Fotografía tomada de "A pleasure to burn" (hellanne.tumblr.com)


Que me ha llamado George Lucas y que oye, mira, que se lo ha pensado mejor y quedaron cabos sueltos en nuestra historia. Que muchas de las escenas cortadas tenían cabida en otra película, que el personaje de tu exnovia daba mucho juego y lo aprovechó poco, que nuestras miradas al decirnos adiós en la última escena daban pie a una secuela como las que a él le gustan, bien cargadita de acción y dramatismo (y naves espaciales, claro).

Bueno, tú sabes, en verdad esto me lo han dicho Jorge y Lucas, que quedé el otro día con ellos para un café y aún no han superado lo nuestro. Y que puede que lo de las naves espaciales quede un poco falso con nuestro presupuesto de universitarios, además que no me imagino yo al Halcón Milenario aparcado en el descampado del campo del Betis. A saber cuánto te cobraba el gorrilla por estacionar allí semejante trasto. Igual basta con esos aviones de papel que me lanzabas con formidable puntería en la biblioteca, cuando ya apenas quedaba gente que pudiera molestarse por eso. Siempre había alguien que ponía los ojos en blanco al vernos, desaprobando nuestro comportamiento infantil, pero jamás me importó, francamente, cuando lo que aterrizaba sobre mis apuntes eran las palabras más bellas que jamás pensé que me dedicarían. Las tuyas. Se te daba bien ser poeta cuando te alimentabas de desamor, esperanzas e idealizaciones, pero se ve que el amor con mayúsculas no era buen combustible para tu pluma. O igual es que yo no nací para ser musa en las distancias cortas.

Es curioso que me esté acordando ahora de esto, con lo que ha llovido desde entonces. Bueno, tampoco tanto, según dice el hombre del tiempo. 

Pero da igual que pasen los años, hay cosas que nunca cambian. Todavía se me hace un nudo en la garganta cuando escucho aquella canción que llamábamos nuestra, o quizá era sólo yo la que la llamaba así, tú sabes que siempre padecí un incurable síndrome de Diógenes para los recuerdos e intentaba almacenar todo lo que vivimos o nos dejamos por vivir, fuera o no importante o digno de contar a esos nietos que nunca tendremos.

Esa canción. La foto de la mesita de noche. La cajita llena de tus aviones de papel y tus notitas entre mis apuntes. Las entradas de cine. El libro que me prestaste y que no pude pasar de la página 200. El rinconcito del Parque de los Príncipes que era nuestro, después de tantas horas allí hablando de cosas trascendentales, del sentido del universo y de dónde íbamos a cenar después. La forma de darme las buenas noches. El emoticono con el que terminabas todas las conversaciones por Facebook. El banco de Santa Cruz donde nos dimos nuestro primer beso. El poema que te recité la primera vez que hicimos el amor.

Me pregunto si tú tuviste que sacar tantas bolsas de basura de tu corazón como tuve que hacer yo, pero en fin, reconozco que fui un poco vaga y muchas de las cosas las tapé con una sábana y si te he visto, no me acuerdo. Igual no ha sido buena idea, porque sigues ocupando un espacio que no te pertenece, o igual sí, porque todavía late de vez en cuando al escuchar esa canción, ver esa película, leer ese poema, pasear por esos lugares, que ya no te pertenecen, joder, no sé cómo lo has hecho para estar en todas partes cuando antes me faltabas tanto.

Pero vamos, que yo ya lo he superado y tú supongo que también, porque te fuiste con pocas explicaciones y muchas lágrimas sin secar, que son el mejor remedio para apagar las llamas de antiguas pasiones y las cenizas empapadas no hay mechero que las encienda, aunque nos quedase gas para un nuevo intento.

Aunque hay quien todavía lo piensa, no te creas.

Esto te va a resultar gracioso, no te vayas a reír, pero es que a veces también lo pienso yo. Pero vamos, que son tonterías que se me ocurren a veces, muy pocas veces, cuando Marte se alinea con Venus y me cruzo contigo y recuerdo lo bien que encajaba mi cuerpo bajo tu hombro. No, si ya sé que hay más hombros que hombres, y hay muchos muy cómodos, pero el tuyo estaba hecho a medida para mí, con la dosis justa de desodorante como para que el olor no me hiciera cosquillas en la nariz, con la temperatura perfecta como para que no me estorbaras ni siquiera en esas noches pegajosas de verano.

Aunque ahora que tienes los brazos como el puñetero Lobezno, me pregunto si será lo mismo, si seguiré encajando en ese huequito de tu cuerpo que era mío o si me lo habrás arrebatado a golpe de gimnasio, aunque tampoco es que importe mucho desde que fui declarada persona non grata en todas las fronteras de tu piel y me repatriaron a la mía propia, que se me hace pequeña y nunca me ha parecido especialmente confortable, ya lo sabes. Se me clavan tus recuerdos en la espalda cada vez que intento acomodarme en ella, son más insistentes y agudos que los muelles de mi viejo colchón y así pasa, que no hay quien duerma bien por las noches desde que cambié mis sábanas por tu ausencia.

Con este material no parece que haya suficiente historia para otra película más, creo yo. Estoy segura de que hasta los guionistas de Cuéntame rechazarían el encargo. Pero igual estaría bien quedar un día para hablar, ponernos al día, aclarar un par de cosas que se nos quedaron atravesadas, ya sabes, lo típico que hacen las exparejas con un café y una Muralla China de recelo por delante. No sé, me cuentas qué tal le va la carrera a tu hermano pequeño y la jubilación a tu padre, y qué planes tienes ahora, si lo de la empresa aquella salió adelante. Ya de paso me cuentas si esa chica de la que hablan los poemas de tu blog sigo siendo yo, porque se me parece un poco y, bueno, se llama como yo. Y ya que estamos, te pregunto si es cierto eso que me contaron de que te vieron unas cuantas veces dando vueltas delante de mi portal, pero que siempre te ibas sin llamar al telefonillo. Que no digo que sea verdad, que la gente miente más que habla.

Como yo, por ejemplo, que juré y perjuré que no habría director que me sobornara para firmar por una secuela, ya sabes mi opinión sobre ellas, que nunca llegan a la altura de su predecesora. Pero el otro día me vi la segunda de Batman y me gustó mucho más que la primera.

Será por eso.




18.7.14

¡Y llegaron a mis manos mis ejemplares de “Érase una vez un… microcuento II”! En ellos podéis encontrar mi microcuento “Cuatro constelaciones en la nariz”, de nuevo, de la mano de Diversidad Literaria, texto que disfruté muchísimo escribiendo y que ahora comparto con vosotros, una versión un poco diferente a la que aparece en la antología, en la que el máximo eran 5 líneas. Aquí encontraréis una “versión extendida” que, en mi opinión, queda más redonda.

¡Espero que os guste!

~

«Empezó a ocurrir después del funeral de su abuelo materno, astrónomo de vocación. Se despertó una mañana y una pequeña peca marrón había aparecido en la punta de su nariz chata. Y otra al día siguiente. Y otra más, y otra, y así día tras día, peca tras peca, formando intrincadas constelaciones sobre su piel. Desentrañó Lira, encontró Géminis, visualizó la Osa menor.

El día que encontró la estrella que completaba la constelación Casiopea, ahí, en su mejilla derecha, el niño se emocionó.

Su abuelo seguía enseñándole desde el cielo».


~


Con uno de mis ejemplares de "Érase una vez un... microcuento II"

29.6.14

Fotografía de "A pleasure to burn" (hellanne.tumblr.com)


A buenas horas vengo a decirte esto, me dirás. Ahora que sólo sabes que existo porque actualizo mi perfil de Facebook y que los condones los pago a pachas, y no contigo. Ahora que ni siquiera sé si tú haces lo mismo.

(Lo de los condones, digo).

Supongo que es imposible que no te tenga un poquito enquistado en el corazón, lo justo para que no duela. Al fin y al cabo, nos conocimos en esa etapa de mi vida en la que toda chica tiende a enamorarse de las causas perdidas disfrazadas de chico malo, y a ti la chupa de cuero te quedaba de escándalo, para qué vamos a engañarnos.

Eso digo yo, que para qué vamos a engañarnos ahora, si ya lo hicimos lo suficiente entonces, con mis no me voy a enamorar y tus no quiero hacerte daño. Qué hollywoodiense nos sonaba todo durante esos amaneceres desnudos que compartíamos, cuántas películas podríamos haber inspirado si hubiéramos sido americanos y ricos y no dos andaluces sin patria ni dinero. Hasta una porno nos habría salido bonita, con esa manía tuya de recitarme a Benedetti al oído para ponerme cachonda, y esa costumbre mía de escribir poesía al ritmo de tu respiración acompasada por el sueño. Se te daba bien ser muso cuando dormías, cuando me dabas tiempo para pensar en un nosotros que no existía y no te empeñabas en aturdirme a base de besos y versos.

(Confieso que veces me paseo por la sección de literatura romántica del FNAC y pienso que la mayoría de esa gente se quiso menos y peor que nosotros. Yo llenaría páginas de anécdotas e historias para no dormir que harían sonrojarse a Christian Grey y sonreír con ternura al Marqués de Sade).

Pero en fin, qué te voy a contar, si tú también estabas ahí.

Tampoco me acuerdo de ti todos los días, no te preocupes. Sólo cuando hay luna llena y me quedo a medias, y me embarga la melancolía del hombre lobo mientras decido si me toco o te pienso o las dos cosas. Pero es que quién te manda ser tan canalla, siendo yo tan bohemia. Tú tan gitano y yo tan paya. Tú tan de ron y yo tan de cola. Hacíamos buena pareja pero se nos daba mejor agitarnos que revolvernos y nunca había hielo que nos enfriase. Así pasa, que al final no había quien nos tragase y tampoco es que nos importara mucho. Luego la gente cambia y quién nos iba a decir que íbamos a acabar tan extraños nosotros y tan cercanos los otros. Se ve que éramos demasiado fuertes juntos y sólo sabemos bien en copas distintas, en bocas distintas.

Y aunque para ellos no seamos más que una serie de catastróficas desdichas, nunca voy a negar que todavía echo de menos algunas cosas. El regusto a incertidumbre que tenían tus primeros besos, y también los últimos. Tu indecente voz ronca en mi oído, que ya quisiera el Duque que a Catalina le temblaran las piernas tanto como tú conseguías conmigo. Hacer los planes a la hora a la que se terminan, salir de la cama cuando la gente se mete en ellas y acabar en una playa de Cádiz viendo el amanecer y helándonos con el frío de diciembre, ahí, con dos huevos. Esa manía tuya de trastocarme la rutina sin que te diera permiso para hacerlo, sinvergüenza.

(Aunque lo cierto es que siempre te fui bastante fácil. Para los cambios, quiero decir).

Y también añoro esas cosas que nunca cambiaron entre nosotros, como si llevaras toda la vida orbitando a mi alrededor. Cappuccino con dos azucarillos para mí, solo con sacarina para ti, a las ocho y media de la mañana y a las cinco de la tarde. Escuchar los partidos del Madrid compartiendo auriculares en la biblioteca, celebrar los goles en silencio y seguir pasando apuntes, como si Sergio Ramos nos metiera en la final de la Champions todos los días. Reconocer qué suena en tu iPod con sólo ver cómo mueves la cabeza, marcando un ritmo invisible, cuando nos daban las tantas en la sala de estudio y ya no había nada qué hacer, aunque nos resistiéramos a admitirlo. Tampoco era tan difícil, te motivabas siempre con las tres mismas canciones, La Grange, Dr. Feelgood y Thunderstruck. Eras un animal de costumbres, salvo para las camas. Pero eso yo no lo sabía.

Ahora sí sé algunas cosas más que por aquel entonces. Que no fuiste el amor de mi vida pero que te recordaré más que a alguno que me prometió que lo sería. Que nunca voy a poder leer a Benedetti porque me suena y me sabe a ti y a la Desperados con la que te tragabas las dudas antes de besarme. Que esos aires de Joaquín Sabina que te dabas no te quedaban tan bien como creías, pero que conmigo te funcionaron porque tenía diecinueve años y quería quinientas noches a tu lado.

Que me quedé con las ganas de follarte un poco más y pensarte un poco menos, y ahora es demasiado tarde, princesa. Ahora que ya me he buscado otro perro que me ladre, princesa.

Y bueno, tampoco es que haya mucho más que contar.

Que conste que esto no es una carta de amor ni nada que se le parezca, no te vayas a creer lo que no es. Que yo estoy muy feliz ahora mismo y eso, que espero que tú también lo estés, con una chica que te quiera y te haga la vida fácil, con la que veas la televisión tranquilamente, vayáis al cine y a cenar a sitios elegantes, de esos a los que hay que ir en traje de chaqueta, tú en traje, no me lo puedo ni imaginar. Quiero decir, seguro que te sienta bien, pero tú sabes que la chupa de cuero te quedaba mejor y pegaba más conmigo y con mi pintalabios rojo, ese que te gustaba borrar con saliva y malas ideas. Ese que ya apenas uso porque ya no es lo mismo y nunca va a serlo.

 Y quizá, nunca lo fue.




18.6.14

Poquito a poquito, vamos avanzando. Esta vez, comparto con vosotros el microrrelato que me han seleccionado para participar en la antología "La primavera... la sangre altera", de la mano de Diversidad Literaria, titulado "Con amor, Cupido" (que la verdad es que no estoy especialmente contenta con el título, pero siempre ha sido uno de mis puntos débiles). Es un honor compartir páginas con autores y microrrelatos tan maravillosos.

Sin más, aquí os lo dejo.

~
«Quienes le conocían supieron que estaba enamorado antes que él mismo, como suele ocurrir. Lo negó con insistencia, se excusó cobardemente, que lo suyo no era amor, era la primavera, que siembra las pasiones y florece las emociones.

Mientras, ahí arriba, un indignado Cupido increpaba a Flora. Que ya está bien de llevarse el mérito de otros, diosa, que voy a tener que tirar las flechas firmadas».
~


Con uno de mis ejemplares de "La primavera... la sangre altera"



PD: Esto no es que tenga mucha explicación.


9.3.14

(No tiene mucho sentido, pero la verdad es que yo tampoco)

Soy.
Somos.
¿Seremos?

Seríamos sueños
                        serenos
                                   sigilosos
                                               susurrantes
                                   sinuosos
                                               sedientos
     sentenciados


Soberbios soberanos sin sitial,
serviciales sumisos sin señor,
sádica sublimidad sentimental,
sudorosa seducción,
supurante sicalipsis,
solitaria súplica sápida a sal.

Salobre sollozo
sumergiendo su sempiterna sonrisa.

¿Seremos?

¿Sabes si seremos?

¿Sueñas si seremos?










Sí.


Shhhhhhhh.

24.2.14

"Derecho a... ¿vivir?", en  la Catedral de Sevilla

Derecho a... ¿vivir? Para algunos, este derecho se limita a malvivir.

Esto no es una crítica al aborto. Esto no es una crítica a la iglesia. Esto es una crítica a esta sociedad, a esta realidad, en la que la lista de prioridades está totalmente desvirtuada, al igual que la conciencia de los que ostentan el poder.

O eso creen.

Ahora nos toca a nosotros darnos cuenta de que tenemos el poder de cambiar el mundo. Creámonoslo. Será entonces, sólo entonces, cuando conseguiremos hacérselo ver a todos los culpables.