29.6.14

Fotografía de "A pleasure to burn" (hellanne.tumblr.com)


A buenas horas vengo a decirte esto, me dirás. Ahora que sólo sabes que existo porque actualizo mi perfil de Facebook y que los condones los pago a pachas, y no contigo. Ahora que ni siquiera sé si tú haces lo mismo.

(Lo de los condones, digo).

Supongo que es imposible que no te tenga un poquito enquistado en el corazón, lo justo para que no duela. Al fin y al cabo, nos conocimos en esa etapa de mi vida en la que toda chica tiende a enamorarse de las causas perdidas disfrazadas de chico malo, y a ti la chupa de cuero te quedaba de escándalo, para qué vamos a engañarnos.

Eso digo yo, que para qué vamos a engañarnos ahora, si ya lo hicimos lo suficiente entonces, con mis no me voy a enamorar y tus no quiero hacerte daño. Qué hollywoodiense nos sonaba todo durante esos amaneceres desnudos que compartíamos, cuántas películas podríamos haber inspirado si hubiéramos sido americanos y ricos y no dos andaluces sin patria ni dinero. Hasta una porno nos habría salido bonita, con esa manía tuya de recitarme a Benedetti al oído para ponerme cachonda, y esa costumbre mía de escribir poesía al ritmo de tu respiración acompasada por el sueño. Se te daba bien ser muso cuando dormías, cuando me dabas tiempo para pensar en un nosotros que no existía y no te empeñabas en aturdirme a base de besos y versos.

(Confieso que veces me paseo por la sección de literatura romántica del FNAC y pienso que la mayoría de esa gente se quiso menos y peor que nosotros. Yo llenaría páginas de anécdotas e historias para no dormir que harían sonrojarse a Christian Grey y sonreír con ternura al Marqués de Sade).

Pero en fin, qué te voy a contar, si tú también estabas ahí.

Tampoco me acuerdo de ti todos los días, no te preocupes. Sólo cuando hay luna llena y me quedo a medias, y me embarga la melancolía del hombre lobo mientras decido si me toco o te pienso o las dos cosas. Pero es que quién te manda ser tan canalla, siendo yo tan bohemia. Tú tan gitano y yo tan paya. Tú tan de ron y yo tan de cola. Hacíamos buena pareja pero se nos daba mejor agitarnos que revolvernos y nunca había hielo que nos enfriase. Así pasa, que al final no había quien nos tragase y tampoco es que nos importara mucho. Luego la gente cambia y quién nos iba a decir que íbamos a acabar tan extraños nosotros y tan cercanos los otros. Se ve que éramos demasiado fuertes juntos y sólo sabemos bien en copas distintas, en bocas distintas.

Y aunque para ellos no seamos más que una serie de catastróficas desdichas, nunca voy a negar que todavía echo de menos algunas cosas. El regusto a incertidumbre que tenían tus primeros besos, y también los últimos. Tu indecente voz ronca en mi oído, que ya quisiera el Duque que a Catalina le temblaran las piernas tanto como tú conseguías conmigo. Hacer los planes a la hora a la que se terminan, salir de la cama cuando la gente se mete en ellas y acabar en una playa de Cádiz viendo el amanecer y helándonos con el frío de diciembre, ahí, con dos huevos. Esa manía tuya de trastocarme la rutina sin que te diera permiso para hacerlo, sinvergüenza.

(Aunque lo cierto es que siempre te fui bastante fácil. Para los cambios, quiero decir).

Y también añoro esas cosas que nunca cambiaron entre nosotros, como si llevaras toda la vida orbitando a mi alrededor. Cappuccino con dos azucarillos para mí, solo con sacarina para ti, a las ocho y media de la mañana y a las cinco de la tarde. Escuchar los partidos del Madrid compartiendo auriculares en la biblioteca, celebrar los goles en silencio y seguir pasando apuntes, como si Sergio Ramos nos metiera en la final de la Champions todos los días. Reconocer qué suena en tu iPod con sólo ver cómo mueves la cabeza, marcando un ritmo invisible, cuando nos daban las tantas en la sala de estudio y ya no había nada qué hacer, aunque nos resistiéramos a admitirlo. Tampoco era tan difícil, te motivabas siempre con las tres mismas canciones, La Grange, Dr. Feelgood y Thunderstruck. Eras un animal de costumbres, salvo para las camas. Pero eso yo no lo sabía.

Ahora sí sé algunas cosas más que por aquel entonces. Que no fuiste el amor de mi vida pero que te recordaré más que a alguno que me prometió que lo sería. Que nunca voy a poder leer a Benedetti porque me suena y me sabe a ti y a la Desperados con la que te tragabas las dudas antes de besarme. Que esos aires de Joaquín Sabina que te dabas no te quedaban tan bien como creías, pero que conmigo te funcionaron porque tenía diecinueve años y quería quinientas noches a tu lado.

Que me quedé con las ganas de follarte un poco más y pensarte un poco menos, y ahora es demasiado tarde, princesa. Ahora que ya me he buscado otro perro que me ladre, princesa.

Y bueno, tampoco es que haya mucho más que contar.

Que conste que esto no es una carta de amor ni nada que se le parezca, no te vayas a creer lo que no es. Que yo estoy muy feliz ahora mismo y eso, que espero que tú también lo estés, con una chica que te quiera y te haga la vida fácil, con la que veas la televisión tranquilamente, vayáis al cine y a cenar a sitios elegantes, de esos a los que hay que ir en traje de chaqueta, tú en traje, no me lo puedo ni imaginar. Quiero decir, seguro que te sienta bien, pero tú sabes que la chupa de cuero te quedaba mejor y pegaba más conmigo y con mi pintalabios rojo, ese que te gustaba borrar con saliva y malas ideas. Ese que ya apenas uso porque ya no es lo mismo y nunca va a serlo.

 Y quizá, nunca lo fue.




18.6.14

Poquito a poquito, vamos avanzando. Esta vez, comparto con vosotros el microrrelato que me han seleccionado para participar en la antología "La primavera... la sangre altera", de la mano de Diversidad Literaria, titulado "Con amor, Cupido" (que la verdad es que no estoy especialmente contenta con el título, pero siempre ha sido uno de mis puntos débiles). Es un honor compartir páginas con autores y microrrelatos tan maravillosos.

Sin más, aquí os lo dejo.

~
«Quienes le conocían supieron que estaba enamorado antes que él mismo, como suele ocurrir. Lo negó con insistencia, se excusó cobardemente, que lo suyo no era amor, era la primavera, que siembra las pasiones y florece las emociones.

Mientras, ahí arriba, un indignado Cupido increpaba a Flora. Que ya está bien de llevarse el mérito de otros, diosa, que voy a tener que tirar las flechas firmadas».
~


Con uno de mis ejemplares de "La primavera... la sangre altera"



PD: Esto no es que tenga mucha explicación.