31.7.12


Mírame. ¿Qué ves? ¿Una niña, una mujer? Simple y llanamente, ¿una persona?

Hoy soy París.

¿Has estado alguna vez allí? La ciudad del amor. Yo no la conozco, pero voy a guiarte.

Quiero guiarte al centro de París.

Sólo cierra los ojos. Hoy tienes entre tus brazos una ciudad rendida a ti.

Cambia. Ahora puedes mirar.

Brilla el sol. Míralo, te devolverá la mirada; no te hará daño. No olvides quién soy hoy. Te observo, te cuido, ardo. Luz.

Sopla el viento. Olores y sensaciones. Manzana, vainilla y café. Inspira.

Ahora, camina. Recórreme. Comienza el viaje.

Los Campos Elíseos hablan para ti, te indican el camino. Anda, respira, escucha. Atraviesa el Arco del Triunfo, conquista las batallas escritas en él, aviva la llama por el soldado desconocido. Tanto que hacer…

Acabas de empezar.

Notre Dame te observa, con un ballet de palomas danzando a su alrededor, vigía silenciosa, guardiana de leyendas, de historias sin final, de finales sin historia, de recuerdos olvidados, de palabras calladas, de verdades ocultas… Entra en ella y sube a una de sus torres. Recorre la ciudad con tu mirada y estarás grabando en tu mente uno de tantos momentos que atesora, en su memoria imborrable de piedra, nuestra hermosa dama. Pisa el círculo dorado que hay ante ella, marcando el centro de la ciudad. Dicen que si lo haces, volverás a París. Písalo y vuelve, vuelve.

Ahora continúa.

Acaricia la Ópera Garnier, quítale la máscara al fantasma, camina por donde caminó el más imposible de los amores, el más maltratado de los genios, el Ángel de la Música. Hoy canto con la voz de quien yace bajo la brillante oscuridad.

Ayúdame. No dejes la obra a medias.

Vuelve. Aún queda mucha obra por representar.

Un barco parte. Desciende y navega por el Sena. Te mece, te sigue, te empuja. Brazos amantes, caricias de agua tibia que bailan a tu alrededor. Baja la mano, roza el agua. Cierra los ojos al pasar bajo el Puente de los Deseos, formula uno e intenta que esté a mi alcance. Hoy pienso cumplir todos y cada uno de ellos.

Graba en tu mente las obras prohibidas del Louvre. Fantasías imposibles de color rojo y lienzos vacíos. Pinta. Rendidas a tus pies, ideas que piden ser cuadros, reclamados por un público que se reduce a la inmensidad de dos personas. Tú y yo.

Y sigue andando. Camina, visita. Deléitate con los monumentos, los barrios, las calles, los parques, los jardines, las plazas… Te parecerá inmenso, pero tranquilo. Te doy todo el tiempo del mundo para llenarte de ello. De mí.

Porque cada paso que das es una nueva declaración de amor que me dice: Quiero continuar. Porque cada mirada de admiración me llena de orgullo, y cada vez que tu mano se posa en algún lugar afirma: Yo estuve aquí. Tú y nadie más, porque he construido una ciudad entera para ti. Por ti.

¿Dónde estás ahora? Mira hacia arriba. La Torre Eiffel.

El final de tu viaje.

Estás en la cima, dejando atrás los 1665 escalones que has subido. Camino largo, difícil. Siéntete orgulloso. Con tu esfuerzo has conseguido dominar tu propia ciudad. Ahora puedes verla, a tus pies, pero al mismo tiempo dándote las alas para subir a lo más alto. Aún es débil. Una Torre Eiffel hecha de hojas de papel en blanco.

Nuestro turno. Escribamos la historia.


"The Eiffel Tower through art", por Trey Ratcliff, en Stuck In Costums

27.7.12


Muérdeme despacio
que tengo prisa

(por perderme en tus labios).

23.7.12

"Amanecer", por Martin Johnson Heade






"Ya hemos tenido suficientes noches y atardeceres.
Es tiempo de amaneceres, estimada Trivia.
Amanezca usted, en todas las dimensiones de la palabra amanecer"
[Raven_Neo]


Le gustaba actuar con nocturnidad
(y alevosía),

pero se perdía todos los amaneceres.


Fallé en el intento, me dormí sobre los espejos. Y me cansé de volver a vivir en el ocaso, en el crepúsculo, donde las horas se duermen y la luz se ausenta de los corazones. De estar atrapada en esta recurrente duermevela, sin la fuerza suficiente para despertar. 

Es tiempo de amaneceres...




17.7.12


Alguien –no recuerdo quién– dijo una vez que todos éramos reyes de nuestro propio mundo. De un mundo pequeño –o grande, según el caso–, pero que no importa como sea, porque es nuestro. Un mundo que se alimenta de sueños, de esperanzas, de experiencias y de emociones. Tiene su centro, los sentimientos. Y gira alrededor de una estrella, el corazón. Y es nuestro.

Todos somos los gobernantes en nuestro mundo particular. Las reglas las dictamos nosotros, en el caso de que sean necesarias. Tú decides quien entra en él y quien sale. Quien lo mejorará contigo y quien pasará indiferente por él. Al principio creía que tenía el poder de decidir quién no pasaría por él, pero no es así, y no me gustaba. Hay quien irrumpe en él como una tromba y lo vuelve todo del revés sin permiso. Poco a poco descubrí que a veces viene bien un cambio, aunque ni lo esperes ni lo desees.

Hace tiempo decidí dividirlo en habitaciones y les puse nombre. Me gusta la del Amor. Ahora está vacía, aunque tiene algunas fotos antiguas que no puedo despegar. Nunca podré hacerlo, pero poco me importa. Son recuerdos, a los que permití hacer alguna modificación en mi mundo. En esa habitación dejaron su huella.

Luego está la habitación oscura. O el trastero. Allí hay demasiadas cosas que no quiero que vuelvan a salir. Cogerán polvo, hasta que la capa de suciedad sea tan gruesa que no pueda volver a verlos. Entonces quizás se desvanezcan, con algo de suerte, pero el hueco que ocuparon seguirá allí. Algún día haré reformas en esa habitación. Quiero hacerla más pequeña.

Un poquito más al fondo está la Habitación. Es la más grande de todas ellas y la más luminosa. No quise ponerle nombre y pronto sabréis porqué. Está llena de huevos, de los que nacerán polluelos. Bueno, no son exactamente huevos ni polluelos, pero es parecido. Lo quise así porque refleja el nacimiento de la vida. Son el alimento de mi mundo. Son mis sueños. Cuando nazcan ya no lo serán, porque se habrán convertido en realidad. Por eso dejé a la habitación sin nombre. No puede ser la habitación de los Sueños, porque al nacer dejarán de serlo. ¿Habitación de la Futura Realidad? Eso sería demasiado bonito. Mejor la dejo así, sin nombre. Mejor.

Hay muchas habitaciones en mi mundo. Una en la que hay muchísimas ventanas por las que entra el sol. Otra con ventanas también, pero siempre se ve llover. Otra –que no me gusta visitar– es la de la Furia. Hay continuamente tormenta y cuando entro no puedo ver nada. Sólo la tormenta. Hay muchas habitaciones parecidas a esas tres. Suelo visitar una de ellas al día, a veces dos o más, pero suelo ir mucho a la segunda. Lluvia.

Mis habitaciones están llenas de fotos. Me gustan las fotos. La habitación de los recuerdos es la que más fotos tiene. Las paredes están forradas con ellas y las antiguas descansan en álbumes que hojeo de vez en cuando y que se llenan poco a poco. Sé que hay muchos álbumes, pero no me atrevo a contarlos. Porque sé que cuando todo acabe los álbumes estarán completamente llenos, hasta la última foto. No quiero jugar a predecir cuánto tardaré en morir.

Pero esa no es mi habitación favorita. Hay otra que me fascina, que me intriga. No es muy grande, pero está llena de espejos. Por todos lados. Miro a la derecha y estoy yo. Miro a la izquierda y estoy yo. Y miro atrás y de frente y estoy yo. Yo. Yo, yo y yo. Nadie más. La llamé la habitación del egoísmo, de la egolatría, de la vanidad. No parecen buenos nombres, pero es así. Sólo estoy yo y no existe nadie más. Tampoco dejo entrar a nadie. Puede parecer extraño, pero no me desagrada esa habitación. Creo que es bueno pasar un tiempo en ella. Cuando lo hago la llamo habitación de la Aceptación. Cambia bastante la perspectiva.

Por último está la habitación cerrada. Tiene una enorme puerta negra y es imposible de abrir. No la he creado yo y tengo la ligera sospecha de que es común en todos los mundos. Creo saber qué hay en su interior, pero no quiero abrirla. Temo entrar en esa parte de mi mundo que no me pertenece o que me pertenece pero es mejor no descubrir. No quiero despertar a la bestia.

Ya no hay más habitaciones. Sólo queda una puerta. Es pequeña, aburrida y sosa, irremediablemente normal. Tampoco la puse yo allí, pero sí sé adónde lleva. Algún día tendré que cruzarla. No quiero hacerlo. Me da miedo que se cierre y no pueda volver a entrar en mi mundo. Me da miedo no volver a entrar en la Habitación para ver nacer a los sueños. Porque sé que fuera de mi mundo no podré creer que exista la magia, que me casaré con ese chico al que idealicé al verlo en la gran pantalla, que podré viajar a cualquier parte del mundo cuando quiera. No podré hacerlo. Así que pienso aprovechar mi estancia aquí todo lo que pueda. Y cuando llegue el día en el que tenga que cruzar, dejaré una piedra sujetando la puerta de mi mundo. Evitaré que se cierre.