31.5.12


La encontré una brillante mañana, bien entrada la primavera, que ya casi se confundía con el que se auguraba un caluroso verano.

Las jacarandas ocultaban los adoquines de las calles componiendo una alfombra violácea y el aroma de los naranjos ya había abandonado las avenidas.

Por aquel entonces en mi vida había más flores que pasiones.

Era una flor de la pasión, purpúrea y nívea, delicada, magnífica, hermosa. La hallé a mis pies, regia y exuberante, solitaria entre la abundante hiedra, y me impresionó su belleza de vivos colores y caprichosas formas. Una belleza que anticipé fugaz como un suspiro, y me apenó saber que, tal vez, la próxima vez que la buscase en aquel jardín no quedaría nada de ella.

Decidí fotografiarla, inmortalizar ese momento de álgido esplendor y conservarlo en algún lugar que no fuera mi memoria.

A veces la observo, recorro sus pétalos con la mirada y evoco una suavidad ya marchita, una frescura ya extinta... Y sonrío, agradeciendo esas pequeñas cosas, esos ínfimos detalles, que pueden hacerte disfrutar la dulce alegría de un día de primavera.

Apreciar que todavía estamos vivos.



Flor de la Pasión, género Passiflora, en el Paseo de la Palmera, Sevilla

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