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"The girl with red lips", por mimi75mimi75, en DeviantArt |
No
acostumbraban a ver más allá de las gafas negras de pasta, que asociaban
extrañamente a un afán desmedido por el estudio y no a una miopía galopante que
la acompañaba desde la infancia, y se sorprendieron cuando ese día en su rostro
pálido como la luz de la luna lo que más destacaba era el color rojo, salvaje y
llamativo, que teñía sus labios gruesos y que pedía a gritos que lo borrasen
con saliva y labios ajenos.
No
acostumbraban a observar las curvas que había dejado al descubierto aquel día, aquellas
que solía ocultar con una larga melena y excesivas capas de tela, y se
sorprendieron cuando ese día mostró la nuca despejada con un buen corte de
pelo, el blanco y largo cuello desembocando en los hombros rectos y elegantes,
luciendo un porte casi aristocrático y exquisito.
No
acostumbraban a mirarla dos veces, sinceramente. Paseaba por los pasillos como
una silueta difusa negra, encorvada y silenciosa, como si alguien le hubiera
bajado el volumen al mínimo a su voz y a su risa, olvidable niña buena, y se
sorprendieron cuando apareció coleccionando miradas incorrectas y lascivas,
devolviéndolas con una sonrisa satisfecha, sonrojando rostros e inspirando
fantasías, inmensa y sublime en su atrevimiento, sobre aquellos tacones,
cabalgando como un purasangre, un bello animal, una fiera mujer.
No
se acostumbraban, no, a aquella desconocida de labios rojos, piel blanca y
cabello negro, delicada en sus maneras como una geisha, pero descarada en sus
acciones y de belleza desconcertante y confusa.
No
se lo esperaban, tampoco, cuando la joven se dignó a dirigirles la mirada por
primera vez, intensa y desgarradora, con un deje altivo, despectivo incluso. Se
llevaba a la boca un cigarrillo robado a uno de los presentes, un joven que
trataba de encontrar en ella algún vestigio de la chica que él creyó conocer,
mientras dejaba que el humo la envolviera, misteriosa y sugerente, como una
muñeca hecha de porcelana y encaje negro.
Se
cansó pronto de aquel juego de poder y seducción. Mientras las últimas hebras
de humo se elevaban de entre sus labios, detuvo sus ojos entornados en cada uno
de los presentes, y con parsimonia, con una inquietante frialdad, dejó oír su
voz, quizá lo único que había permanecido intacto en aquel cuerpo extraño,
elevándose sobre el bullicio que les rodeaba. Fue directa, sin saludos cordiales ni afectuosas palabras.
–Debería
haber hecho esto hace mucho tiempo. Aunque os hubiera dado igual.
Y,
regodeándose, les lanzó a la cara todas aquellas verdades que había guardado en
su interior durante años, enfermándola como si de un cáncer se tratase,
corroyéndola. Fue cruel, incluso, pero no le importaba.
A
ellos tampoco les importó entonces.
–
A ti te odiaba – confesó imperturbable – Tú nunca estuviste a la altura. Tú
nunca supiste quién eras. Tú sigues estando vacío. Tú me salvaste la vida y ni
te diste cuenta.
Siguió
autopsiando almas, las abrió en canal con palabras cortantes y una lengua bien
afilada. Les sacó las entrañas y les acuchilló con la verdad y nadie pudo
replicarle porque no había con qué hacerlo. Dedicó sus últimas palabras al
joven del cigarro, después de darle una calada especialmente larga como si
absorbiera fuerzas a través de ella.
–
A ti te amaba y nunca te importó.
Él
respiraba agitado y la miraba con turbación. Ella tiró la colilla al suelo y
acabó pisoteada bajo su tacón.
(Fue
simbólico, él le hizo lo mismo a su corazón. Le gustó el gesto, quedó muy
poético).
Luego
le besó en los labios, profundo, húmedo y largo. A pesar de tener la lengua
afilada, besaba tierna, como derritiéndose bajo su paladar como chocolate,
líquida y dulce. Cuando se separó se le erizó el vello de los brazos.
Se
marchó por donde había venido, dejando atrás confusión y desconcierto, y de
seguro miles de palabras por decir, con el pintalabios corrido, el corazón
desbocado y la satisfacción del deber cumplido.
Grabada
a fuego en todas y cada una de sus mentes –y en algún corazón, quién
sabe–.