Fotografía de "A pleasure to burn" (hellanne.tumblr.com) |
A buenas horas vengo a decirte esto, me dirás. Ahora que sólo sabes que existo porque actualizo mi perfil de Facebook y que los condones los pago a pachas, y no contigo. Ahora que ni siquiera sé si tú haces lo mismo.
(Lo de
los condones, digo).
Supongo
que es imposible que no te tenga un poquito enquistado en el corazón, lo justo
para que no duela. Al fin y al cabo, nos conocimos en esa etapa de mi vida en
la que toda chica tiende a enamorarse de las causas perdidas disfrazadas de
chico malo, y a ti la chupa de cuero te quedaba de escándalo, para qué vamos a
engañarnos.
Eso
digo yo, que para qué vamos a engañarnos ahora, si ya lo hicimos lo suficiente entonces,
con mis no me voy a enamorar y tus no quiero hacerte daño. Qué
hollywoodiense nos sonaba todo durante esos amaneceres desnudos que
compartíamos, cuántas películas podríamos haber inspirado si hubiéramos sido
americanos y ricos y no dos andaluces sin patria ni dinero. Hasta una porno nos
habría salido bonita, con esa manía tuya de recitarme a Benedetti al oído para
ponerme cachonda, y esa costumbre mía de escribir poesía al ritmo de tu
respiración acompasada por el sueño. Se te daba bien ser muso cuando dormías,
cuando me dabas tiempo para pensar en un nosotros
que no existía y no te empeñabas en aturdirme a base de besos y versos.
(Confieso
que veces me paseo por la sección de literatura romántica del FNAC y pienso que
la mayoría de esa gente se quiso menos y peor que nosotros. Yo llenaría páginas
de anécdotas e historias para no dormir que harían sonrojarse a Christian Grey
y sonreír con ternura al Marqués de Sade).
Pero en
fin, qué te voy a contar, si tú también estabas ahí.
Tampoco
me acuerdo de ti todos los días, no te preocupes. Sólo cuando hay luna llena y
me quedo a medias, y me embarga la melancolía del hombre lobo mientras decido
si me toco o te pienso o las dos cosas. Pero es que quién te manda ser tan canalla,
siendo yo tan bohemia. Tú tan gitano y yo tan paya. Tú tan de ron y yo tan de
cola. Hacíamos buena pareja pero se nos daba mejor agitarnos que revolvernos y nunca
había hielo que nos enfriase. Así pasa, que al final no había quien nos tragase
y tampoco es que nos importara mucho. Luego la gente cambia y quién nos iba a
decir que íbamos a acabar tan extraños nosotros y tan cercanos los otros. Se ve
que éramos demasiado fuertes juntos y sólo sabemos bien en copas distintas, en
bocas distintas.
Y
aunque para ellos no seamos más que una serie de catastróficas desdichas, nunca
voy a negar que todavía echo de menos algunas cosas. El regusto a incertidumbre
que tenían tus primeros besos, y también los últimos. Tu indecente voz ronca en
mi oído, que ya quisiera el Duque que a Catalina le temblaran las piernas tanto
como tú conseguías conmigo. Hacer los planes a la hora a la que se terminan, salir
de la cama cuando la gente se mete en ellas y acabar en una playa de Cádiz
viendo el amanecer y helándonos con el frío de diciembre, ahí, con dos huevos. Esa
manía tuya de trastocarme la rutina sin que te diera permiso para hacerlo, sinvergüenza.
(Aunque
lo cierto es que siempre te fui bastante fácil. Para los cambios, quiero decir).
Y también
añoro esas cosas que nunca cambiaron entre nosotros, como si llevaras toda la
vida orbitando a mi alrededor. Cappuccino con dos azucarillos para mí, solo con
sacarina para ti, a las ocho y media de la mañana y a las cinco de la tarde. Escuchar
los partidos del Madrid compartiendo auriculares en la biblioteca, celebrar los
goles en silencio y seguir pasando apuntes, como si Sergio Ramos nos
metiera en la final de la Champions todos los días. Reconocer qué suena en tu
iPod con sólo ver cómo mueves la cabeza, marcando un ritmo invisible, cuando
nos daban las tantas en la sala de estudio y ya no había nada qué hacer, aunque
nos resistiéramos a admitirlo. Tampoco era tan difícil, te motivabas siempre
con las tres mismas canciones, La Grange,
Dr. Feelgood y Thunderstruck.
Eras un animal de costumbres, salvo para las camas. Pero eso yo no lo sabía.
Ahora
sí sé algunas cosas más que por aquel entonces. Que no fuiste el amor de mi
vida pero que te recordaré más que a alguno que me prometió que lo sería. Que nunca
voy a poder leer a Benedetti porque me suena y me sabe a ti y a la Desperados
con la que te tragabas las dudas antes de besarme. Que esos aires de Joaquín
Sabina que te dabas no te quedaban tan bien como creías, pero que conmigo te
funcionaron porque tenía diecinueve años y quería quinientas noches a tu lado.
Que me
quedé con las ganas de follarte un poco más y pensarte un poco menos, y ahora
es demasiado tarde, princesa. Ahora que
ya me he buscado otro perro que me ladre, princesa.
Y bueno, tampoco es que haya mucho más que contar.
Que conste
que esto no es una carta de amor ni nada que se le parezca, no te vayas a creer
lo que no es. Que yo estoy muy feliz ahora mismo y eso, que espero que tú
también lo estés, con una chica que te quiera y te haga la vida fácil, con la
que veas la televisión tranquilamente, vayáis al cine y a cenar a sitios elegantes,
de esos a los que hay que ir en traje de chaqueta, tú en traje, no me lo puedo
ni imaginar. Quiero decir, seguro que te sienta bien, pero tú sabes que la
chupa de cuero te quedaba mejor y pegaba más conmigo y con mi pintalabios rojo,
ese que te gustaba borrar con saliva y malas ideas. Ese que ya apenas uso
porque ya no es lo mismo y nunca va a serlo.
Y quizá, nunca lo fue.